EDICIÓN NÚM 2
MÚSICA,
TOROS Y
TOREROS (y II)
Cuando el 16 de mayo de 1920 el toro “Bailaor” mató a
Joselito (José Gómez Ortega) en la Plaza de Talavera de
la Reina, una conmoción estremeció España.
Moría
uno de los símbolos de la alegría de vivir justo cuando
empezaban los “felices años 20”. Los poetas y los músicos
se hicieron portavoces de su recuerdo y lo inmortalizaron en coplas y
versos. Pocos años después, su nombre era uno de los
referentes de los toreros famosos muertos frente al toro. El
protagonista del cuplé “El niño de las monjas”, que
luego cantaría inimitablemente “La Niña de la
Puebla”, cuando está expirando en la plaza manchada con su
sangre, dice:
“Ya no seré
torero.
Torero no
seré.
Que muero como
Granero,
y Varelito, y el
gran
José”.
Y los siempre recordados Quintero, León y Quiroga compusieron
en los primeros años 60 para Juanita Reina el pasodoble
“Silencio por un torero”, que pregonaba:
“Aquella tarde
Sevilla
se puso toda
amarilla
quebraíta de
color.
Y sobre el aire
caliente
su voz clamó
de
repente.
¡Ay
qué pena
y qué dolor!
Silencio en
Andalucía,
rezadle un
avemaría
y quitadse los
sombreros.
Silencio el patio y
la
fuente,
que está de
cuerpo
presente
el mejor de los
toreros”
En cuyo estribillo aparecía el Guadalquivir tintado en sangre,
Sevilla dando gritos de dolor y hasta la Virgen María
suspirando por aquel torero admirado y querido, nacido en Gelves y
muerto a traición en Talavera:
“Parece que
está
dormío,
Dios mío,
en su capote de
brega.
Y por Gelves viene
el río
teñío
con sangre de los
Ortega
Suspira bajo su velo
la Virgen de la
Esperanza
y
arría en
señal de duelo
banderas la
Maestranza.
Y Sevilla,
enloquecía,
repetía
a voz
en grito
repetía
a voz
en grito
¿Pa
qué
quiero mi alegría
si se ha muerto
Joselito?”
Gerardo Diego, uno de los mejores poetas de la Generación del
27, escribió en su libro “La suerte o la muerte”, dedicado
íntegramente al mundo taurino, dos poemas a Joselito. En uno
de ellos, “Elegía a Joselito”, se pueden leer estos
serventesios:
José,
José,
¿por qué te abandonaste
roto, vencido, en
medio a
tu victoria?
¿Por
qué en
mármol aún tibio modelaste
tu muerte azul
ceñida
de tu gloria?
Cinta ya fugitiva,
nada
vive
de tus claros
millares de
faenas.
Y resbalan memorias
en
declive,
Igual que de las
manos las
arenas.
Y todo cesó,
al
fin, porque quisiste.
Te engañaste
tú
mismo; estoy seguro.
Bien lo
decía en tu
sonrisa triste
tu desdén
hecho
flor, tu desdén puro.
Otro torero cuya muerte en la plaza, en este caso la de Manzanares,
llenó a España de luto fue Ignacio Sánchez
Mejías, hombre culto y amigo de escritores y de intelectuales,
que rompió el cliché popular de que el torero
debía
ser escasamente instruido, tal vez para poder enfrentarse a la muerte
sin excesivas filosofías, inclinado siempre a las juergas, al
vino y a la existencia un poco canalla. La muerte de Ignacio
provocó
no sólo la melancolía de su amante “La Argentinita”
(Encarnación López Julves), extraordinaria cupletista,
precursora de la llamada “canción española”, sino
el nacimiento de una de las grandes obras poéticas de Federico
García Lorca: “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez
Mejías”:
“No se cerraron sus
ojos
cuando vio los
cuernos
cerca,
pero las madres
terribles
levantaron la
cabeza.
Y a través
de las
ganaderías
hubo un aire de
voces
secretas
que gritaban a
toros
celestes
mayorales de
pálida
niebla.
No hubo
príncipe en
Sevilla
que
comparársele
pueda,
ni espada
como su
espada
ni corazón
tan de
veras.
Como un río
de
leones
su maravillosa
fuerza,
Y como un torso de
mármol
su dibujada
prudencia.
Aire de Roma
andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era
un nardo
de sal y de
inteligencia”.
Otros muchos poetas españoles han dedicado versos al toro y al
torero: Manuel Machado (“La fiesta nacional”), José María
Pemán (“Tarde de toros”), Rafael Alberti (“Chufliyas”),
Rafael Duyos (“Letrillas para Antonio Bienvenida en la Plaza de
Barcelona”), Federico Muelas (“Cogida y muerte de Pepete en la
Plaza de Toros de Madrid”), Luís López Anglada (“Oda
a los toreros de Andalucía”), Rafael Morales (“Poemas del
toro”), Antonio Murciano (“Recuerdo de Juan Belmonte”), etc.
Y, para terminar, una espinela que culmina el largo poema del hoy
casi olvidado Adriano del Valle dedicado a Manolete:
Brindis
póstumo:
Cuando saliste a la
plaza
como un sol en su
apogeo,
siendo cumbre del
toreo
lo eras
también de
tu raza.
Hoy la muerte te
desplaza;
pero emplaza el
hecho
cierto
de tu recuerdo
despierto,
que
mantendrás en
la lid
para ganar, como el
Cid,
batallas
después de
muerto.
GONZALO PULIDO CASTILLO
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