JUAN BELMONTE, EL PASMO DE TRIANA

GONZALO PULIDO CASTILLO

 

 

El pasado 8 de abril se cumplieron 50 años de la muerte de Juan Belmonte. Medio siglo ya sin la figura épica de quien ha sido el máximo exponente del arte de la Tauromaquia, símbolo de una época dorada, añorada e irrepetible. Nuestra revista quiere, con este breve texto, dedicarle un recuerdo emocionado.

Juan Belmonte García había nacido en Sevilla, en la calle de la Feria, del barrio de la Macarena, el 14 de abril de 1892. Era el hijo mayor de los dos que tuvo el matrimonio formado por José Belmonte Peña y Concepción García Ibáñez. La madre murió pronto y el padre volvió a casarse, esta vez con su cuñada Soledad, con la que tuvo once hijos más.

Siendo Juan todavía un niño, la familia se trasladó al barrio de Triana, donde transcurrió su adolescencia y primera juventud. El recuerdo de aquellos años de miseria no se borró nunca de su memoria y le sirvió de acicate para abrirse paso en la vida. En cuanto tuvo ocasión compró una casa en el mismo barrio para que sus padres y sus hermanos vivieran con decencia y comodidad.

Desde muy pequeño sintió la atracción del mundo taurino y se escapaba con sus amigos a torear novillos por los alrededores de Sevilla. Se vistió de luces por primera vez en Elvas (Portugal) en mayo de 1909, con tan sólo 17 años. Al año siguiente, en la plaza de El Arahal (Sevilla), mató su primer novillo.

 

Su exitosa carrera de novillero concluyó en la primavera de 1913 con dos corridas en la plaza de Madrid que le valieron la fama y el entusiasmo popular que le acompañarían siempre. En esa misma plaza de Madrid, la vieja, la del siglo XIX, que se encontraba en la carretera de Aragón, tomó la alternativa Belmonte el 16 de septiembre de 1913, siendo su padrino el célebre Rafael González Machaquito, que aquel mismo día se cortaba la coleta, y testigo Rafael el Gallo, hermano mayor de Joselito.

A partir de entonces se va engrandeciendo su leyenda y va perfilando su peculiar estilo de lidia: serio, cercano al toro, casi inmóvil. Era una forma revolucionaria de entender la relación del hombre con el animal, una estética nueva que años después culminaría otro mito del toreo: Manuel Rodríguez Manolete, el último califa.

El otro gran torero de la época, Joselito el Gallo, coincidió con Juan Belmonte en la plaza de Madrid el 2 de mayo de 1914. Ahí nació la rivalidad, sólo artística, pero no personal, entre ambos. Desde aquella fecha y hasta el 16 de mayo de 1920, día en que Joselito regó con su sangre la plaza de Talavera, España estuvo dividida en dos bandos antagónicos: belmontistas y gallistas, En esos seis años, llamados, con toda razón, Edad de Oro de la Tauromaquia, torearon juntos más de 250 veces, entre las pasiones encontradas de sus partidarios, que los idolatraban como si fueran dos dioses adversarios en la arena.

A finales de 1917 hizo su presentación en Perú, en la plaza de Lima, a la que volvió en otras ocasiones. Precisamente allí anunció su retirada en 1922, aunque posteriormente volvería a enfrentarse a los toros. Su retirada definitiva fue en 1936, convertido ya en ganadero.

A pesar de que a los ocho años se había visto obligado a abandonar la escuela, fue un lector asiduo, lo que le proporcionó una amplia cultura y la posibilidad de codearse con intelectuales tan dispares como Valle-Inclán, Julio Camba, Ignacio Zuloaga, Pérez de Ayala, Ernest Hemingway y otros. Fue considerado casi como un miembro de la Generación del 98, y un componente de la del 27, Gerardo Diego, destacado poeta taurino, le dedicó una oda.

Era un hombre sencillo, que no olvidó nunca sus raíces trianeras ni a sus amigos de infancia; bueno y generoso, no sólo con sus hermanos, para los que fue un auténtico padre, sino con los que necesitaban su ayuda; y ocurrente como pocos, lo que demostraba constantemente en divertidas anécdotas que sus admiradores repetían regocijados.

Unos días antes de cumplir 70 años, el 8 de abril de 1962, se quitó la vida de un disparo en la sien en su cortijo de Gómez Cardeña, en Utrera (Sevilla). Fue amortajado con la túnica de la Hermandad del Cachorro y su entierro multitudinario recorrió Sevilla hasta el cementerio de San Fernando. Allí descansa el que fue conocido como Terremoto Pasmo de Triana, el torero legendario que lidió casi 1500 toros, el matador genial que revolucionó la Fiesta Nacional con un nuevo y estético clasicismo. Por fin había encontrado la paz.