TOROS SÍ

ENRIQUE MÚGICA HERZOG

Antigua plaza de toros de San Sebastián

      La vetusta plaza de toros de Huéscar, edificada en 1945 por el aficionado D. José María Soriano Romo, vuelve este año a colgar sus carteles en las tierras granadinas. Mis primeros recuerdos de tardes de sudor y arena, se remontan a otra plaza con parejo sabor añejo, la de San Sebastián, donde solía llevarme mi abuelo en las soleadas tardes de la Semana Grande, fiesta principal de mi ciudad natal. En el toreo, arte sin duda y sin ambages, se mezcla lo divino con lo pagano, homenajeando al cuerpo deslizante que forman el toro y el torero, el hombre y la bestia. En tan singular lance ambos poseen sus armas y su gracia, su armonía y su querencia. Las oponen en el toro brusco, manso, tosco. Las funden en el toro bravo. Cuando confluyen en el centro del ruedo el astado presto a la muleta y el torero talentoso, intuitivo, el arte se desata en su conjunción de baile, color y la música callada que levantan del albero las pezuñas de la cornúpeta y las zapatillas del maestro. Arte también porque incide más en la emoción que en las neuronas. La contemplación de una corrida de toros pudiera parecerse a visionar una película en blanco y negro, tintada de lentejuelas, purísima y oro en los trajes de los protagonistas, que nos retrotrae a otras épocas, donde la magia de lo humano, sensaciones tan primitivas como pacíficas, sustituyen a la observación apática de los sucesos. En las plazas de los toros la conmoción benigna del espectador forma parte del espectáculo, del hacer y quehacer taurino.
De San Sebastián a Huéscar, de norte a sur de España, hay cientos de corridas de toros, arraigadas en la conciencia y la historia hispánicas. Aquellos que pretenden abolir la tauromaquia, no someterán al esclavismo de su voluntad, pues lo que intentan es desterrar una piedra angular de nuestra idiosincrasia. Al cabo, quien niega sus tradiciones, abjura de su pasado lo que diluye el presente y arrebata los instrumentos necesarios –estudio de dicho pasado, cuando es aciago, con el fin de que no se repita-, para defenderse y triunfar sobre las trampas que plantea el futuro.

Toros sí, siempre.