El pasado 16 de febrero moría en el
hospital de Benalmádena, víctima de un cáncer, una de las más grandes
figuras de la canción española de la segunda mitad del siglo XX: Marifé
de Triana. La aplaudida intérprete de éxitos tan populares como «Torre
de arena», «La loba», «Te he de querer mientras viva», «En el quicio de
mi puerta» y «María de la O» llevaba algunos años retirada de los
escenarios, cuidando a su marido hasta la muerte de éste en 2008, aunque
aparecía con frecuencia en radio y televisión con motivo de homenajes,
reconocimientos oficiales y apoyo a las jóvenes estrellas que la
consideraban maestra y ejemplo.
María Felisa Martínez López había nacido en el pueblo sevillano de
Burguillos en 1936. Con nueve años perdió a su padre. La familia se
trasladó al barrio de Triana de la capital hispalense y posteriormente a
Madrid, en busca de posibilidades de éxito profesional en el mundo de la
canción. Desde el principio su cantante preferida fue su paisana Juanita
Reina, actriz y tonadillera entonces popularísima, genial creadora de
«Francisco Alegre» y «Capote de grana y oro».
Debutó en un programa de Radio Nacional de España dirigido por el
locutor David Cubedo, quien le propuso el sobrenombre artístico que
siempre llevaría. Pasó unos años en compañías de variedades, como la del
Teatro Chino de Manolita Chen, recorriendo pueblos en fiestas, hasta que
el empresario Juan Carcellé, descubridor de estrellas, la contrató para
cantar en el Price de Madrid.
Su primer disco, un EP con cuatro temas del maestro Manuel Gordillo,
incluía «Torre de arena», que se hizo enormemente popular.
¡Torre de arena,
que mi cariño supo labrar!,
¡torre de arena,
donde mi vida quise encerrar!
Noche sin luna,
río sin agua, flor sin olor.
¡Todo es mentira, todo es quimera,
todo es delirio de mi dolor!
Fue el comienzo de una ininterrumpida cadena de éxitos que duraría medio
siglo. Con el mismo título presentó al año siguiente, 1957, un
espectáculo con el que recorrió España a lo largo de dos temporadas.
Sucesivos espectáculos fueron: La Emperaora, Vendo la sombra, Carrusel
de España, La maestra Giraldilla, La niña de Agualucero, María
Maletilla, Cabalgata 71, etc. Dio recitales por varias naciones europeas
e hispanoamericanas y por Estados Unidos. Intervino en dos películas:
Canto para ti (1958) y Bajo el cielo andaluz (1959), en las que
interpretaba varias canciones de su repertorio. En 2011 le fue concedida
la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.
Marifé poseía una voz poderosa y clara, andaluza y flamenca, que la
hacía apropiada para expresar sentimientos extremos y desgarrados sobre
muertes, desamores, despechos y olvidos. Las canciones de Marifé se
escuchaban diariamente en las emisiones de discos dedicados y su
popularidad era comparable a Conchita Piquer, Juanita, Reina, Lola
Flores, Antonio Molina o Juanito Valderrama, los grandes de la copla. El
recuerdo del nacimiento de mi hermano (recién cumplidos mis siete años)
está unido al pasodoble «La sombra vendo», de Marifé, que era la canción
más repetida en las radios en aquellos meses. Oír ese tema es traer
involuntariamente a mi memoria aquel acontecimiento familiar.
¡La sombra! La sombra vendo.
¿Quién me la quiere comprar?
De dinero yo no entiendo,
la doy casi «regalá» .
El mundo de los toros fue ampliamente tratado en el repertorio de
nuestra cantante, una treintena de sus grabaciones tiene relación con
temas taurinos: «Coplas de mi torero», «Rejón de muerte», «Ese torero»,
«Coplas de Pedro Romero» (éxito dos décadas antes en la voz de Conchita
Piquer), «Brindis de grana y oro», «La luna y el toro» (bolero del
maestro Castellanos que popularizó Mikaela), «Manolo de Lora», «Tengo
miedo, torero» (escrita por Arthur Kaps para Los Vieneses y éxito de la
cupletista Raquel Meller en los últimos años de su carrera), «Juan León»
(Más flamenco no lo había/en la villa de Madrid/cuando fue de
Andalucía/a la Corte a presumir), «De luto se viste el aire» (Ser la
novia de un torero/¡qué pena, madre, me da!), «Torito del desengaño» y
otras muchas, algunas de las cuales detallaremos a continuación.
Ya en el primer disco de Marifé aparecía un pasodoble titulado «Antonio
Romance», del citado maestro Gordillo, en el que se nos cuenta la triste
historia de un chavalillo torero al que su hermano ve morir en su
primera corrida.
Arde al sol la plaza sevillana,
llena sus tendidos un clamor,
hoy debuta un mozo de Triana:
¡Antonio Romance, solera y valor!
...........................
Corona de espinas
de Cristo gitano
te ha puesto la muerte,
mi pequeño hermano.
¡Señor de los cielos,
permite te imploro,
que juegue en tu reino
como un niño al toro!
Que Antonio Romance
es sólo un chiquillo:
alado y contento
como un pajarillo
se salió del nido,
¡y el sol lo quemó!
Antonio Romance era un torero imaginario, no así Sebastián Palomo
Linares, Vicente Pastor y Ángel Teruel Peñalver, a los que dedicó sendas
canciones. El pasodoble titulado «Palomo Linares», de 1966, con letra de
Antonio Guijarro y música de Antón García Abril, sirvió de fondo a los
títulos de crédito de la película Nuevo en esta plaza, donde se
novelaban los primeros pasos del torero linarense.
Un torero tiene España
que es orgullo de la torería
por su estilo pinturero
y su garbo de Andalucía.
Siempre nuevo en esta plaza,
porque es nuevo siempre su toreo.
Un clavel entre olivares
en Linares ha «nacío».
Sebastián lleva por nombre
y Palomo es su «apellío».
Fue muy conocido en su tiempo Vicente Pastor (1879-1966), «el chico de
la blusa», torero de calidad y de merecida popularidad. Había nacido en
el madrileño barrio de Embajadores. Se retiró en 1918. José Antonio
Ochaíta escribió un soneto al que puso música el maestro Juan Solano.
Marifé grabó en 1969 esta bonita pieza de sabor tradicional con ritmo de
seguidillas madrileñas.
La sangre de Madrid es una hoguera
que en rayos de valor su lumbre acusa,
y así salta un valiente la barrera,
y dicen: «es el chico de la blusa».
El pueblo entusiasmado le ovaciona,
le tiran un clavel como un lucero,
el nombre del chaval ya se pregona
y dicen de Pastor: «es un torero».
Madrid, cuando torea, se arrebata,
repican los mejores cascabeles,
la puerta de Alcalá parece un coro;
y en un landó de luces va la Chata
que dice al contemplar a la Cibeles:
«¡Vicente va a brindarme el mejor toro!».
La Chata, con apodo cariñoso del pueblo madrileño, era la infanta Isabel
de Borbón, hermana del rey Alfonso XII, gran aficionada a la fiesta de
los toros y otras costumbres populares. El poeta Rafael Duyos describe
magistralmente este ambiente de principios del siglo XX en su poema
«Romance de la Infanta Isabel».
Adela Mascaraque puso música en 1968 a un poema de Antonio Villasante
dedicado al torero madrileño, también de Embajadores, Ángel Teruel. El
joven matador, de sólo 18 años, había sido protagonista de la película
Sangre en el ruedo, dirigida por Rafael Gil, en compañía de Alberto
Closas y Francisco Rabal.
Hay un torero que es madrileño,
el barrio de Embajadores le vio nacer,
es un torero que por bandera
tan sólo lleva su nombre: ¡Ángel Teruel!
Otro niño torero, pero esta vez de ficción, como Antonio Romance, es el
alucinado protagonista del romance andaluz de Ochaíta, Valerio y Solano
«Toritos de plata y oro», de 1965.
—Madre, quiero ser torero,
con un traje de abalorios,
en una plaza que tenga
toritos de plata y oro.
La madre miraba al hijo
con una pena en los ojos...
—Hijo, jugar con la muerte
es un juego peligroso.
En su primera corrida se cumplen trágicamente los negros augurios de la
madre.
La voz del niño es un hilo
que se rompe poco a poco,
la madre lo esta mirando
¡con una pena en los ojos...!
Sobre la arena del ruedo
el niño es un lirio roto
por las tijeras mortales
de las dos astas del toro.
—¡Madre, que me muero muero!
¡Malhaya ese negro toro!
—¡Hijo, en el cielo tendrás
toritos de plata y oro!
En «Plegaria por un torero», un joven espada yace herido en medio del
redondel. Su enamorada eleva una ferviente plegaria a Dios, al Señor del
Gran Poder, para que lo salve. Una encendida oración, llena de
dramatismo, muy apropiada al estilo de Marifé, con texto de los hermanos
Marcos y música de Juan Solano, perteneciente al espectáculo María
Maletilla, de 1969.
Tú le has visto como un pajarillo
saltar los «cercaos» buscando fortuna.
Tú le has visto, cuando era chiquillo,
brindarte faenas con toros de luna.
Le has oído, «hincao» de rodillas,
rezar entre sueños, con el corazón.
¡Tú que llevas la cruz por Sevilla
no dejes sin premio su valor y su afición!
Una breve, pero deliciosa, pieza poética en cuartetas y quintetos de
Andrés Molina Moles, con música del siempre genial maestro Manuel López
Quiroga, el creador de las más grandes obras de la canción española, es
«Toro bravo», grabada en 1964.
Mi ilusión de ganadera,
pañolón de señorío,
es el campo en primavera
con mis toros junto al río.
La cerca como prisión
acorrala la bravura,
la luna con su rejón
pone a un toro peleón
divisa de plata pura
Brilla el campo como alfombra
bajo el sol de la mañana
y se adorna con la sombra
de mi jaca jerezana.
Un cante se hace clarín
que encampana a los erales
y el viento, torero al fin,
con muleta de carmín
se ciñe por naturales.
Toro bravo, mi tesoro
sobre un campo de esperanza,
fina estampa para el oro
del ruedo de la Maestranza.
Toro bravo, mi alegría
sobre el campo quiere verte,
porque yo sé que algún día
veré en el ruedo vencía
tu bravura con la muerte.
Y para cerrar este artículo, veamos la letra de «Ojalá», un pasodoble de
Ignacio Román y Rafael Jaén, autores de otros éxitos de Marifé como «No
te vayas de Navarra», «Quién dijo pena» y «Romance de Zamarrilla». Una
cantante y un torero, enamorados, pretenden cada uno que el otro
abandone su carrera artística. Como ninguno renuncia a su profesión,
ella, loca de despecho, le desea la muerte. Y su deseo se cumple. Es un
texto violento, cruel, de un amor llevado a tal extremo que casi es
odio. Resume bien el dramatismo intenso de nuestra artista, a quien, con
toda justicia, se la conoció, por la emoción que ponía en sus
interpretaciones, con el apelativo de «la actriz de la canción».
Torero de cuerpo entero,
su sino ¡cómo me duele!
Lo quiero de compañero
sin verlo por los carteles.
Me dice:«deja los cantes»,
«deja los toros», le digo yo.
Nos vamos con un desplante,
pero el despecho llora en mi voz.
¡Ojalá te coja el toro,
sin gloria y en tierra extraña!
¡Ojalá que, sangre y oro,
tu historia no llegue a España!
¡Ay mi cariño bravío!,
¡ay tu locura torera!,
¡qué mano a mano, Dios mío,
«pa» verlo desde barrera!
¡Ojalá tus ojos moros
con pena me suplicaran!
¡Ojalá no hubiera toros
ni arena y mis besos te bastaran!
La plaza gritó en la tarde
y el aire quedó «empañao»,
el toro sembró cobarde
claveles en su «costao».
Corrí hasta la enfermería
y entre mis brazos lo vi morir.
De luto desde aquel día
con mis palabras me revestí.
¡Ojalá te coja el toro...!
¡Qué historia la de mi duelo!
¡Ojalá que, sangre y oro,
la gloria te den los cielos!
¡Ay mi cariño bravío!,
¡ay qué veneno en mi boca!,
¡ay qué castigo, Dios mío,
que voy a volverme loca!
¡Ojalá te coja el toro...!
¡Qué historia de mala suerte!
¡Ojalá con un «te adoro»
pudiera arrancarte, ¡ay!,
de los brazos de la muerte! La
voz de Marifé supo expresar con sensibilidad la apasionada grandeza del
mundo de los toros, con su cara y su cruz de triunfo y de tragedia.
Porque, a fin de cuentas, la Tauromaquia y la Canción son dos artes, dos
latidos hermanos del corazón intemporal de la belleza. |