SOBRE EL ORIGEN DE LOS TOROS Y OTRAS HISTORIAS


BIENVENIDO MARTÍNEZ NAVARRO
Profesor de Investigación ICREA en el Instituto Catalán de Paleoecología
Humana y Evolución Social-IPHES, Universidad Rovira i Virgili, Tarragona

 

La vida, en ocasiones, te lleva por extraños caminos y, a veces, los mayores errores te conducen por las sendas más interesantes. Durante los años noventa, estuve convencido de que algunos bóvidos fósiles del yacimiento de Venta Micena en Orce, datado aproximadamente en 1,5-1,6 millones de años de antigüedad, eran originarios de África. Tan convencido estaba de ello, que conseguí que la Fundación Leakey, la más prestigiosa institución internacional en promoción de los estudios sobre evolución humana, me financiase las investigaciones en África del Este para comprobar si realmente tenía razón y estaban bien fundadas mis hipótesis.

Así, durante el año 2000, estuve tres meses en los museos nacionales de Kenia en Nairobi y de Etiopía en Addis Abeba. Allí revisé con ahínco las colecciones de fósiles de los principales yacimientos de ambos países y de Tanzania, especialmente los antílopes con cuernos retorcidos y los grandes búfalos, entre ellos, el principal, el búfalo de Olduvai, conocido científicamente como Pelorovis oldowayensis. Desgraciadamente, mis hipótesis estaban equivocadas, pues ninguno de los bóvidos de Venta Micena tiene origen africano. Aún así, conseguí salvar los muebles, pues la Fundación Leakey siguió financiándome en otros proyectos posteriores.

Afortunadamente, aquella investigación fallida, tuvo un premio que nadie esperaba. Después de haberme hartado de trabajar en los almacenes de aquellos museos africanos, tuve una sensación verdaderamente bastante amarga, pues no conozco a nadie que le guste equivocarse. Sin embargo, estaba una tarde de 2003 en casa mirando la televisión, y haciendo zapping me paré a ver una corrida de toros, cuando de repente enfocaron al toro de frente humillando y se me vino una visión a la cabeza: el toro era igual que un Pelorovis, pero con el cráneo proporcionalmente más robusto.

Visto lo visto me puse a trabajar esta nueva idea y, con la ayuda de dos paleontólogos de Málaga, Juan Antonio Pérez-Claros y Paul Palmqvist, y otros dos italianos, Lorenzo Rook y Maria Rita Palombo, hicimos un estudio comparativo que nos llevó a publicar el primer artículo sobre este tema en el año 2007 en la revista Quaternary Research. Allí postulábamos que los toros no tenían un origen asiático, como todos postulaban hasta ese momento, sino africano a partir de Pelorovis, y que además habían co-evolucionado con nuestros antepasados los primeros representantes del género Homo, desde hacía por lo menos 2,5 millones de años. Es decir, que los toros y sus ancestros habían sido parte del alimento de la dieta humana, desde que nuestros antepasados comenzaron a comer carne en cantidad, hace entre 2,5 y 3 millones de años.

Por otro lado, en 2003, con mi amigo Lorenzo Rook, encontramos en el yacimiento de Buia en Eritrea, junto al mar Rojo, datado en 1 millón de años, los restos muy fragmentados de un cráneo correspondiente a un búfalo, que un principio pensamos que correspondía a Pelorovis, y así lo indicamos en una publicación de 2004. Sin embargo, era de muy difícil determinación, pues no pudimos restaurarlo en aquel momento, y no se veía su anatomía. En 2006, en un viaje a Asmara, la capital de Eritrea, donde se encuentran depositadas las colecciones de Buia, convencí a Lorenzo de que era necesario restaurar aquel cráneo, pues sospechaba que podría tratarse de una forma de toro primitivo. Así, tuve que ir tres veces más a Asmara acompañado de un restaurador, Francesco Landucci, y acabamos el trabajo a finales del año 2007. Verdaderamente, en esta ocasión no me había equivocado. Se trataba de un toro muy primitivo, con características intermedias entre los búfalos fósiles africanos (Pelorovis) y los toros (Bos). Así lo publicamos en un artículo en Quaternary International en 2010, y lo bautizamos como Bos buiaensis.

Pero en este mundo, a veces, las buenas noticias te sorprenden. En diciembre de 2008, recibí unas fotos procedentes de Túnez, donde me informaba la Prof. Narjess Karoui-Yaakoub de que un colaborador suyo aficionado a la Paleontología y la Prehistoria, Abdelhak Othmani, profesor de Física en la Universidad de Cartago, había encontrado los restos correspondientes a un cráneo de búfalo de gran talla en un yacimiento nuevo llamado Oued Sarrat. Al analizar las fotos, lo primero que me pareció era que se trataba de un toro gigante, pero estaba muy fracturado y sin restaurar. Me trasladé a Túnez, conjuntamente con Robert Sala, en Marzo de 2009, con el objetivo de ver el fósil y de visitar el yacimiento. Allí pude comprobar que dicho cráneo correspondía a un toro de anatomía moderna, pero de tamaño extraordinariamente gigante, como el de un Pelorovis. Nuevamente, planifiqué la restauración y allí volví varias veces acompañado de la restauradora de mi Instituto de Tarragona, el IPHES, Gala Gómez-Merino. Finalmente, el resultado fue muy exitoso, un cráneo de Bos primigenius, el ancestro del toro actual Bos taurus, de un individuo que en vida debió pesar unos 1200 ó 1300 kilogramos, cuyos cuernos, abrochados, tienen un núcleo óseo que mide más de 120 centímetros, lo que significa que en vida, con su funda de queratina debieron sobrepasar el metro y medio de largo.

Tras un estudio del nivel donde se encontró este cráneo, hemos podido datar el yacimiento en unos 700.000 años de antigüedad, lo que le confiere a este toro el privilegio de ser el toro moderno más antiguo del mundo. Así lo publicamos recientemente en la primavera de 2014 en la revista Quaternary Science Reviews.

Visto con perspectiva histórica, valió la pena equivocarse en la interpretación sobre el origen de los bóvidos de Venta Micena. Si no hubiera sido así, seguramente, seguiríamos pensando que los toros tienen origen asiático y no africano, como hemos podido descubrir gracias a este maravilloso error.