El famoso banderillero Enrique
Belenguer Soler “Blanquet”, nacido el día 17 de enero del 1881, en el
seno de una familia muy humilde valenciana sin antecedentes taurinos.
Admirado y valorado por todas las gentes del toro dado a su enorme
profesionalidad y mejor rehiletero. Fue a las órdenes, entre otras
figuras, de Rafael González “Machaquito” y de Rafael Gómez “El Gallo”.
Según “Blanquet”, presentía en muchas ocasiones tener una premonición
muy curiosa, la cual en más de una vez la pronosticó diciendo: “huelo a
cera” (se refería a cirio de las iglesias y procesiones), circunstancia
por la que de inmediato ocurría un hecho desagradable. A la verdad, sus
compañeros nunca querían llegar a entenderlo y menos comprenderlo,
tampoco les hacían demasiada gracia de lo que a menudo anunciaba. Por
cierto, José Gómez Ortega “Joselito” o “Gallito” (este nombre último fue
con el que se anunciaba en los carteles a principios de su carrera
taurina), contrató al citado banderillero valenciano tres temporadas
para su cuadrilla, compartiendo muchas tardes el tercio de banderillas
entre ambos, dando las vueltas al ruedo juntos para recibir la
admiración y aplausos de los públicos.
Llegó el día 16 de mayo del 1920, fecha fatídica, cuando saltó a la
arena el quinto toro de la ganadera viuda de Ortega, llamado “Bailador”,
nada mas verlo “Blanquet” exclamó tras la barrera: “huelo a cera”. Poco
después, aquel toro burriciego le pegaba una tremenda cornada en el
vientre a “Joselito”, falleciendo a los pocos minutos en la enfermería
de la plaza de toros de Talavera de la Reina (Toledo).
“Blanquet”, desde ese día, desapareció de los ruedos con el propósito de
no volver jamás a una plaza. Pero, lo que son las cosas, otro matador de
toros valenciano, Manuel Granero, empezaba a despertar una gran
expectación ante la afición levantina, unos amigos del banderillero le
insistieron que fuese de peón con Granero, porque en esos momentos
necesitaba los mejores subalternos para su cuadrilla. Mucho lo meditó y
pensó, hasta que por fin accedió a enrolase solamente una temporada con
el referido matador de toros. Pero el día 7 de mayo del 1922, se celebra
en Madrid una corrida, formando cartel con Marcial Lalanda y Juan Luís
de la Rosa, aquella tarde también salió del toril al ruedo otro maldito
quinto toro, de nombre “Pocapena”, perteneciente a la ganadería del
duque de Veragua, nuevamente “Blanquet”, refugiado en el callejón,
reiteró varias veces “huelo a cera”, instantes después, el morlaco de
500 kilos cogió de mala manera a Granero, pegándole una cornada en la
fosa orbitaria del ojo derecho, que le produjo la muerte en el acto.
Apartado “Blanquet” definitivamente del toreo, se mantuvo bastante
tiempo recluido en su domicilio afectado y contrariado debido a los
sucesos presenciados, muchos amigos pensaron que era lógica y
comprensiva la decisión del subalterno de no querer volver otra vez a
los ruedos. Efectivamente y claramente por eso lo hizo.
Prácticamente todos los días, matadores de toros le proponían formar
parte de sus cuadrillas, negándose rotundamente tantos intentos y deseos
de estos. Pero inesperadamente un buen día le visitó en su casa el
célebre matador Ignacio Sánchez Megías, que conociendo la personalidad y
el buen talante de Ignacio, le convenció engrosar su cuadrilla para que
torease con él en Sevilla, plaza donde tenía una gran responsabilidad, y
continuar después con el maestro unas cuantas corridas más que ya las
tenía contratadas en varios lugares del país, aceptando la petición.
Estando celebrándose la citada corrida en la Maestranza sevillana, 15 de
agosto del 1926, “Blanquet” comenzó a mormurar y a comentar repetidas
veces que olía a cera, Sánchez Megías se acercó al callejón a
preguntarle que pasaba. Otro subalterno le manifestó, maestro que
“Blanquet” está oliendo a cera. Rápidamente el diestro cogió el estoque
y se quitó el toro de encima de un certero estoconazo, inmediatamente
después de arrastrar el animal a los desolladeros, se dirigió a la
barrera para expresarle a su banderillero lo siguiente, “ves como no ha
pasado nada…”, el repetitivo peón le miró y le testificó varias veces:
maestro, ¡yo he olido a cera…!
Finalizada dicha corrida, la cuadrilla se marchó directamente al
ferrocarril, pues habían de salir rápidamente para Ciudad Real donde
tenían previsto actuar a la tarde siguiente. Cuando “Blanquet” estaba
quitándose el traje de luces en un departamento del tren, encendió un
cigarrillo, en ese mismo instante sintió un fuerte dolor en el pecho,
muriendo fulminado sobre el asiento del vagón por sufrir un infarto de
miocardio.
“Aquella tarde también había olido a cera pero desgraciadamente el
infortunio recayó sobre él”. Yo me pregunto ahora. ¿Sería verdad que
oler a cera le daba “mal fario” al intuitivo subalterno valenciano?
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