Ha muerto Manolo Carra,
el prodigio castrileño,
el que soñó triunfo y gloria
en su corazón despierto.
La campana de la torre
le dice adiós, y a lo lejos
se van vistiendo de luto
la sierra, el llano y el viento.
Ha muerto Manolo Carra.
Y están llorando en silencio
la antigua canción del río
y la voz de los recuerdos.
Vestido de seda y plata
ha echado a andar el maestro
hacia ese reino infinito
donde se cumplen los sueños.
Ángeles adolescentes,
que sobre inmortal albero
ensayan de madrugada,
a la luz de los luceros,
los pases que dieron fama
a los mejores toreros,
a hombros lo van entrando
por la puerta de los cielos.
Y un ángel, el más osado
o tal vez el más travieso,
-ojillos de picardía,
cintura de novillero-,
le da un abrazo y le grita:
¡Bienvenido, compañero! |