PEDRO ROMERO: UN TORERO DE LEYENDA | |
GONZALO PULIDO CASTILLO
Ronda, la vieja ciudad de la serranía malagueña fundada por los celtas en el siglo VI a.C. con el nombre de Arunda, es patria de varios personajes famosos en la historia de España, entre los que se encuentran el poeta y músico Vicente Espinel, el político Fernando de los Ríos, el poeta de la Generación del 27 Pedro Pérez-Clotet y el torero Antonio Ordóñez.
Pero posiblemente ningún rondeño haya alcanzado la fama de una forma tan dilatada y amplia como Pedro Romero. Por su maestría y su inteligencia frente al toro y también por la fortuna que le acompañó a lo largo de su prolongada vida profesional.
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Nació el 19 de noviembre de 1754 y fue bautizado en la parroquia del Espíritu Santo. Perteneció a una familia torera: su padre, Juan Romero, y sus hermanos José, Gaspar y Antonio fueron matadores celebrados en la época. El fundador de la dinastía, su abuelo Francisco Romero, toreaba por las plazas de los pueblos de la Baja Andalucía allá por los primeros años del siglo XVIII y se le atribuye, como a un antepasado mítico, haber sido el primero en usar la muleta y el estoque.
Pedro Romero Martínez era sólo un adolescente de 17 años, alto, fuerte y de aspecto atlético, cuando, en 1771, participó en tres novilladas como segundo espada en la cuadrilla de su padre en la plaza de Jerez de la Frontera. Meses antes había hecho su debut y saboreado ya el aplauso de la afición en los festejos de Los Barrios (Cádiz) y Algeciras. Fueron los comienzos de una carrera de éxitos que se prolongó a lo largo de muchos años.
En la temporada de 1772 se celebraron en la Real Maestranza de Sevilla unos extraordinarios festivales, al menos por el número de reses que se lidiaron: durante los días 9, 11, 16 y 18 de mayo fueron muertos 86 toros. Allí, entre otros, demostró su juvenil maestría el ya renombrado Pedro Romero.
En 1775 se presentó, junto con su padre, en la plaza de Madrid, consiguiendo un gran éxito que llevó su nombre a todos los círculos de entendidos de España. Y allí nació también su rivalidad con otro genial torero, el sevillano Joaquín Rodríguez “Costillares”, su compañero de cartel el 8 de mayo de aquel año y uno de los creadores del ritual de la fiesta nacional tal como la conocemos ahora. Se decía que Pedro Romero era el favorito del pueblo llano, mientras que “Costillares” era más apreciado por la aristocracia de aquella época juguetona y frívola.
Tanta fue la enemistad entre esos dos ídolos de la tauromaquia, que Pedro no quiso participar en los festejos madrileños de 1777 por no compartir cartel con su rival.
Al año siguiente, en Cádiz, toreó por primera vez junto al aplaudido matador sevillano José Delgado Guerra “Pepe-Hillo”, con quien también compartió una prolongada rivalidad, que por lo visto era necesaria para mantener en estado de excitación constante a la afición taurina. La Maestranza de Sevilla era el frecuente escenario de aquel antagonismo proverbial que dividía a los públicos.
Durante un cuarto de siglo recorrió en triunfo las plazas de primera categoría de España. Se dice que mató más de 5000 toros a lo largo de su carrera, sin recibir nunca ni un rasguño. Realmente fue un torero afortunado.
Con el malogrado “Pepe-Hillo” participó el 19 de mayo de 1785. en la inauguración de la plaza de toros de Ronda, “la de los toreros machos”, como dijo el poeta Fernando Villalón.
En 1799, en la plaza de Madrid, se retiró por primera vez, a los 45 años de edad. Pero poco después, la añoranza de los tendidos enfervorizados y la música de los aplausos le hizo regresar a la arena. Volvió a retirarse en 1806, en la de Ronda. Durante la Guerra de la Independencia, las autoridades francesas quisieron contemplar su arte legendario, pero era un patriota y no quiso divertir a los invasores.
Por orden de Fernando VII se le concedió el oficio de visitador de estancos de Ronda. Y en 1830, cuando ya contaba con 76 años, fue nombrado maestro y director de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla. Allí enseñaba los secretos de su arte a sus jóvenes alumnos, entre los que destacó el chiclanero Francisco Montes Reina “Paquiro”.
El último toro que lidió fue al año siguiente, faena que brindó a la reina Isabel II, presente en el palco de honor. Murió el 10 de febrero de 1839, a los 85 años, en su ciudad natal, que conserva tan arraigado su recuerdo que dedica a la memoria del diestro su feria anual. Momento culminante de esa feria lo constituye la corrida goyesca, instituida por el fundador de otra ilustre dinastía rondeña, Antonio Ordóñez. Fue un torero serio, sereno ante el toro, de la estirpe de sus sucesores Belmonte y Manolete. Mataba con tal seguridad que fue conocido con el calificativo de “el infalible”. Mereció el honor de ser pintado por Francisco de Goya.
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