LOS ENCIERROS DE CASTRIL DE LA PEÑA (GRANADA)

 

Los encierros y la suelta de vaquillas forman parte de la cultura de los castrileños en muchos sentidos. Ante todo porque han dado lugar a un sentimiento común que nos une y nos hace disfrutar de un rito que hemos hecho símbolo de nuestra forma de ser y de pensar. Basta con acercarse a Castril el segundo fin de semana de octubre para ser testigo del  testimonio de nuestra afición y  de la fuerte raíz popular que impregna y expresa de un modo excepcional la psicología taurina de este pueblo.

 

Los encierros y festejos  taurinos populares tienen su reminiscencia en la llegada de los toros hasta las poblaciones procedentes desde las ganaderías. Este recorrido creaba tal expectación que muchos mozos los esperaban en el último tramo del recorrido dispuestos a probar su valor y sentir la emoción del peligro. Hoy día los encierros se han convertido en un espectáculo que hay que evitar que degenere evitando el maltrato a los animales fundamentalmente por los perturbados por el alcohol. Es de justicia decir que al haberse convertido en espectáculo, se atrae a decenas de personas generándose así una actividad económica  importante sobre todo para el sector servicios; pero como  el dinero no es sólo lo que cuenta, yo me quedo con el aspecto romántico de ver a los más jóvenes en la aventura del riesgo, soñando, disfrutando con la emoción desbordada al ponerse delante de una becerra. Esto, contado así de simple,  responde a un ambiente cultural determinado que he conocido desde que nací, y para mí es tan importante como para un catalán puede ser la sardana, o para un almonteño el rocío.

 

El origen de los encierros en Castril data de hace siglos sin que podamos cifrar una fecha exacta de su comienzo. El único documento testimonial de la existencia de toros en Castril es un acta de 1760 encontrada en el archivo de la Real Chancillería de Granada por el cura párroco D. Andrés Gea Arias, natural de Huéscar y que ejerció el sacerdocio en este pueblo durante el periodo 1973- 1983.

 

D. Andrés, que amaba profundamente este pueblo, su gente y su historia, realizó muchas visitas a Granada en busca de documentación  referente a Castril, teniendo la gran suerte de encontrar este importante documento fechado el 16 de diciembre de 1760 que nos aporta luz y confirma la tradición oral que dice que la fiesta de toros de Castril es de tiempo inmemorial, realizándose en obsequio de Nuestra Sra. del Rosario y el Santo Cristo del Consuelo.

 

Tal documento hace mención al hecho de celebrarse en esta villa festejos taurinos sin permiso de la autoridad, por haberse decretado luto nacional tras la muerte de la reina Dª Mª Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III. Lo cierto es que la noticia de la muerte de la Reina llegó a Castril en noviembre con un mes de retraso y por supuesto una vez finalizadas las fiestas. No es menos verdad que se incumplió la normativa porque se celebraron los encierros sin haberse obtenido la licencia correspondiente y que era preceptiva por Real Orden desde 1754. Por este suceso y por la costumbre de realizar suelta de vaquillas, que se viene reiterando sin interrupción  año tras año con ocasión de la festividad de nuestros patrones, se adoptó el dicho popular “ tan cierto como los toros de Castril “, expresión que así mismo ha adoptado como nombre la peña taurina del municipio.

 

A lo largo de la Historia, la fiesta  de los toros en Castril y para regocijo del público siempre se ha celebrado en la plaza del pueblo, bien atajada en sus accesos para impedir que las vaquillas puedan salir del recinto. El levantamiento y la preparación de la misma se hacen de forma ceremonial configurando  tablaos con maderos y sogas de esparto sobre los que se atan sillas de pleita, quedando así configurados unos tendidos de singular belleza. Arriba, el balconaje ataviado de mantones vistiendo las fachadas de las casas y dispuesto para que las familias presencien los acontecimientos.

 

El toreo tradicional castrileño tiene sus reglas, su arte y su maestría. Cuando se ejerce de forma diestra y con ingenio, el público se divierte y lo agradece. Cada mozo debe de manifestar su propia personalidad y estilo a la hora de burlar al animal. Hay que citar con inteligencia y gracia, de frente y por ambos pitones, dejándose ver, esperando la acometida, para luego, una vez arrancada la becerra, prenderla con habilidad por la cintura y correrla con riesgo y emoción evitando ser cogido y lesionado para finalmente salir de la suerte airoso y con lucimiento.

 

En el supuesto de evidente peligro para quien esté corriendo, otros mozos acudirán al quite o socorro. Si el mozo es cogido por el animal, éste podrá ser agarrado, pero habrá que soltarlo tan pronto como haya pasado el peligro. De este modo conseguiremos mantener la pureza de la fiesta, dándole a la vaquilla la ventaja que se merece.

 

ANTONIO ORTIZ MARTÍNEZ

Veterinario