EL PASODOBLE |
GONZALO PULIDO CASTILLO
El
pasodoble
es una composición musical de compás binario (2/4) de
carácter típicamente español. Tiene un aire
entre alegre y melancólico, favorecido por su escritura casi
siempre en tono menor. Generalmente, la primera parte es valiente,
briosa y llena de fuerza; tras unos compases de separación,
empieza la segunda parte, más sosegada y sentimental, que se
repite posteriormente con adornos melódicos y la
participación
de todos los instrumentos. No está claro su origen, pues hay quienes creen que proviene del antiguo “pasacalle”, ritmo alegre que se popularizó en España durante el siglo XVII, aunque nació en el anterior; otros, como el musicólogo José Subirá, piensan que procede de las tonadillas escénicas, tan populares en la sociedad del siglo XVIII, algunas de las cuales toman como tema los toros, los toreros y las majas que van a ver las corridas; y, por último, hay estudiosos (Delgado-Iribarren, por ejemplo) que opinan que el pasodoble nació de la música militar de finales del XVIII, adaptado a lo largo del XIX a las diversas situaciones (desfile, concierto, fiesta, corrida, etc.) y favorecido por el nacimiento y proliferación a lo largo de esa centuria de las bandas de música, distintas de las capillas musicales con los antiguos ministriles.
Desde el primer momento, los músicos militares han sido excelentes compositores de pasodobles: Eduardo López Juarranz (La Giralda), Ramón Roig (La gracia de Dios), Antonio Álvarez (Suspiros de España), Santiago Lope (Gallito), Pascual Marquina (España cañí), José María Martín Domingo (Marcial, eres el más grande), etc.
En
los años
finales del siglo XIX y hasta mediados del XX, el pasodoble
conoció
un apogeo extraordinario que lo hizo indispensable, no sólo en
las celebraciones populares y festivas, sino dentro de obras de
más
aliento, como las zarzuelas e incluso las óperas (no olvidemos
que “El gato montés” forma parte de la obra del mismo
título, original de Manuel Penella). Se compusieron pasodobles
que eran auténticas piezas sinfónicas para concierto,
otros que reflejaban el folklore de las distintas regiones
españolas,
unos con aire militar, cercanos a las marchas de desfile, otros
más
alegres y frívolos, que se integraban en revistas y comedias
musicales. Pero entre todas las clases de pasodobles hay dos que llenan ellos solos uno de los mejores capítulos de nuestra música: el pasodoble canción y el pasodoble torero. La característica del primero es la de poseer un texto que le permite ser cantado. Podríamos poner miles de ejemplos, pero baste con decir que el género conocido como “canción española” o “copla”, se nutre, entre otros ritmos, del pasodoble. La versatilidad del pasodoble permite incluir en su “trío” o parte final un fandango, una media granaína o unos campanilleros.
El pasodoble torero nació para acompañar la fiesta nacional en sus distintos apartados y se inspira en una variada temática que tiene como argumento común el toro y el torero. Puede hacer alusión a una suerte del toreo, a una figura destacada del mundo taurino, o a la fiesta en general con sus diversos matices (el ambiente de la corrida, las mujeres que asisten a ella, las mantillas, el capote, el triunfo, la tragedia...).
La popularidad de este tipo de pasodoble le ha permitido saltar de los cosos, donde su interpretación adquiere su sentido más genuino, hasta las fiestas y las verbenas, en donde se convierte en la estrella musical del espectáculo. Recordemos “Capote de grana y oro”, “Francisco Alegre”o “Yo quiero ser matador”, tres ejemplos de pasodobles de tema taurino que nacieron directamente para ser interpretados en un escenario. Y este prestigio popular originó que a muchos pasodobles toreros se les pusiera letra para ser cantados. Como ocurrió, entre otros, a “Marcial, eres el más grande”, dedicado al diestro Marcial Lalanda, cuyo estribillo dice así:
Marcial eres el más grande, se ve que eres madrileño, rival de Belmonte, José, Machaquito, Pastor y el Algabeño. Por ti vamos a los toros, por ti crece la afición; Marcial, si tú te retiras perderá la fiesta toda la emoción.
O “Domingo Ortega”, en cuyo texto se piropeaba al matador:
Domingo, Domingo Ortega, torero de maravilla, tu soberbio estilo ciega igual que el sol de Castilla.
Un pasodoble torero de bella factura, que cumple todos los requisitos para ser un referente de excepción: inicio vibrante y con entusiasmo, segunda parte evocadora y, tras breve y sonora transición, trío melodioso y sentimental que se repite con brío y empaque rítmico, es el titulado “Castrileño”. Compuesto en 1995 por el compositor valenciano Aniceto Giner Arranz, está dedicado al conocido novillero Luis Dengra, natural de Castril. |