EL TOREO EN SUS PRINCIPIOS | |
Miguel Fernández Lapaz
De lo que ha caído en mis manos he sacado mis conclusiones, sin que esto quiera decir que esté en lo cierto. En el Cossio, en história de matadores de toros de Don Ventura y algunos más el principio sigue estando borroso. Hubo un grupo de toreros que aunque menciono sus nombres no alcanzaron méritos suficientes para considerarlos matadores de toros, aunque con ellos parece ser que arranca el toreo, estos son entre otros: José Álamo, Potra el de Talavera, el Freile del Rastro, Pepe el de Ronda, Francisco Herrera, Damián El Gallo, Andrés de la Cruz, Juan Cáceres y algunos más. Entre todos estos, el que merece mención aparte es Francisco Romero, que se sepa los antes mencionados no dieron muerte a ningún toro en la lidia, quien si dieron muerte a toros lidiándolos. Además se le atribuye el invento de la muleta. Nacido en Ronda (Málaga) y el patriarca de la familia que lleva su apellido, que en el toreo pasa por ser una de los más ilustres si es que no es la primera. Juan Romero, hijo de Francisco y como su padre nació en Ronda en un año que no se puede determinar porque en unos libros lo datan de 1720 y en otros lo fechan de 1722. En lo que si están todos de acuerdo es que su primer oficio fue el de carpintero de ribera. Se le puede considerar como el de máximo prestigio de su tiempo a juzgar por las sumas que cobraba por corrida, en 1772 llegó a cobrar en Sevilla 4.140 reales, cantidad no igualada por ningún torero de la época. Fue maestro de sus hijos, José, Pedro, Antonio y Gaspar, a todos los llevó en su compañía hasta que no necesitaron ayuda y alcanzó tan avanzada edad que quien afirma que murió a los 102 años, algo difícil de comprobar por falta de información. De sus cuatro hijos podemos decir que Pedro Romero y Martínez fue el más destacado de su tiempo. Nació en Ronda el 19 de noviembre de 1754 y murió en la misma ciudad el 10 de febrero de 1839. En el S. XVIII no hubo nadie que comparársele puede ni un número de toros matados, ni en éxitos alcanzados. Basta decir que mató 5.500 toros y que no derramó ni una gota de su sangre, pues nunca le cogió un toro. Tanto su semblanza artística como carácter, acciones y costumbres nadie lo ha descrito mejor que él mismo en la correspondencia privada que sostuvo muchos años después de retirado con un amigo suyo de Madrid, D. Antonio Moreno Bote y Acevedo. Los biógrafos sacan en conclusión que fueron la inteligencia y el dominio, las que prevalecieron en su actividad profesional. Tuvo inalterable sangre fría, golpe de vista rápido, lozana estatura, notables facultades físicas, todo se reunió en él para que pudiera ser la gran figura del S. XVIII.
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José Delgado y Guerra (Pepe-Hillo) nació en Sevilla el 14 de marzo de 1754, fue matador antes que Pedro y mantenían una competencia taurina como correspondía a las máximas figuras del momento. Éste toreaba con los pies juntos y Pedro toreaba con los pies separados, lo que se dio en llamar la Escuela Sevillana y la Rondeña que dio durante mucho tiempo motivo de discusión a los aficionados, que en realidad no sabían nada de toros, porque dichas escuelas nunca existieron sólo existieron las formas de interpretar el toreo de cada uno. Al morir Pepe-Hillo, Pedro se quedó prácticamente solo en el escalafón ya que los toreros que quedaron de antes de él y de su tiempo no estaban capacitados para inquietarlo en su profesión. De este modo, siguió siendo el número 1 hasta su retirada en 1799, contando con plenas facultades físicas y mentales. Pedro Romero hijo de un matador de toros, Juan, y nieto de Francisco, sus primeras actuaciones fueron como banderillero de su ciudad natal, en la misma que dio muerte a un toro por primera vez en el año 1771. Juan Romero, su padre, lo presentó en Madrid en 1775 y desde ese año hasta su retirada fue dueño y señor de la fiesta taurina. Anciano ya, fue designado para dirigir la Escuela de Tauromaquia de Sevilla fundada por Fernando VII, de vida efímera. |