LA POESÍA TAURINA DE GERARDO DIEGO | |
El poeta santanderino Gerardo Diego destaca, de entre sus compañeros de la Generación del 27, por la rica variedad de sus temas y estilos literarios, desde el ultraísmo hasta la poesía tradicional y popular, desde el creacionismo hasta el clasicismo de unos sonetos que evocan la poesía áurea española; y por su dilatada trayectoria poética: casi setenta años dedicados con intensidad a poner por escrito sus vivencias y sus sensaciones. Desde sus primeros
poemas, publicados en 1919, hasta 1987, en que murió, Gerardo
Diego escribió cuarenta libros de poesía, entre los que
podemos citar: “Romancero de la novia”, “Manual de espumas”,
“Versos humanos”, “Fábula de Equis y Zeda”, “Alondra
de verdad”, “Ángeles de Compostela”, “Versos divinos”,
etc. |
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Su gusto por el mundo de los toros nació a los catorce años, el día que asistió por primera vez a una novillada. Desde entonces fue un aficionado constante a la fiesta nacional y buen amigo de varios toreros, a los que dedicó algunos de sus poemas. Gran entendido en el arte del toreo, participó en un homenaje a Ignacio Sánchez Mejías en la plaza de Manzanares en 1967 y, en 1972, pronunció una conferencia sobre “La estética del toreo” en el Ateneo de Madrid, en un acto presidido por José María de Cossío.
Dos de sus libros poéticos están dedicados íntegramente al tema taurino: “La suerte o la muerte” y “El Cordobés dilucidado y otros poemas”. El primero recoge numerosos poemas escritos entre 1926 y 1963. Leamos algunos fragmentos de ellos:
Las seguidillas de “Torerillo en Triana” tienen el aire popular y gracioso de las de Lope de Vega:
Torerillo en Triana, frente a Sevilla. cántale a la sultana tu seguidilla.
Sultana de mis penas y mi esperanza. Plaza de las arenas de la Maestranza.
Arenas amarillas, palcos de oro, quién viera a las mulillas llevarse el toro.
En dos poemas evoca al genial Joselito, muerto en Talavera de la Reina en 1920. Recuerda que lo vio torear siendo niño en 1911, y le dedica una elegía:
Un lienzo vuelto, una última voz -¡toro!-, un golpe esquivo, un golpe seco, un grito, y un arroyo de sangre arenas de oro- que se lleva ay, espuma- a Joselito.
“Quiebro de rodillas” está dedicado al recuerdo de “Bombita”:
Queda en el ruedo y se mece -oro y grana- una peonía. (Da tiempo para que rece Angustias su avemaría). Prendido por punta y cuello el pétalo en el resuello que el quiebro cruza y evita. Pasó rozando la mole y al estampido del ole sonríe frágil “Bombita”.
Un largo poema, “Oda a Belmonte”, está dedicado a Juan Belmonte, buen amigo del poeta y nombre ilustre del toreo, de quien luego lloraría su muerte:
Yo canto al varón pleno, al triunfador del mundo y de sí mismo que al borde -un día y otro- del abismo supo asomarse impávido y sereno. Canto sus cicatrices y el rubricar del caracol centauro humillando a rejones las cervices de la hidra de Tauro. Canto la madurez acrisolada del fundador del hierro y del cortijo. Canto un nombre, una gloria y una espada y la heredad de un hijo. Yo canto a Juan Belmonte y sus corceles galopando con toros andaluces hacia los olivares quietos, fieles, y plata de las tardes de laureles- canto un traje bucólico- de luces.
El buen humor del poeta apunta en “El espontáneo”:
Alta, sutil catarata vibra un arco carmesí. Hierve la boca beata. No se pierde ni un rubí. ¿Qué fue? Desmaya la bota. Todo el corral se alborota ante un vuelo de pelele. Balance del espontáneo: rota la base del cráneo y dice que lo le duele.
Ignacio Sánchez Mejías, Domingo Ortega, “Gallito”, “Cagancho”, Pepe Luis Vázquez, Manolete, Antonio Bienvenida, “El Litri”, Vicente Pastor, Conchita Cintrón, Luis Miguel Dominguín y muchos más aparecen en las páginas de este libro magistral en el que se hermanan la poesía y el toreo en la pluma de un poeta inolvidable.
GONZALO PULIDO CASTILLO |