MÚSICA, TOROS Y TOREROS

 

Al menos desde finales del siglo XVII, que fue cuando la fiesta de los toros quedó fijada en la forma que conocemos hoy, la música ha amenizado los espectáculos taurinos, subrayando con sus melodías las faenas de los artistas del ruedo o acompañándoles en el aplauso de las tardes de triunfo. Pero fue desde los últimos años del siglo XIX cuando esta música alcanzó un esplendor que aún permanece. Y no es sólo el pasodoble que acompaña al festejo, sino la canción que recuerda y homenajea a las grandes figuras con sus apasionados pentagramas y sus versos llenos de majeza y gallardía.

Es difícil encontrar a un torero de renombre al que no se le haya dedicado una pieza musical. Algunos tuvieron la fortuna de que ésta perturbara más allá de su propia muerte e incluso, pasadas ya al reino del olvido sus faenas y sus victorias. Se puede decir que la inmortalidad proporcionada por la música superó a la que merecían sus méritos taurinos. Poca gente recuerda ahora al matador Martín Agüero, al que el maestro José Franco dedicó el pasodoble “Agüero” para celebrar su éxito en la feria de Logroño de 1925. Pero aún nos deleitamos con tan inspirada pieza.

Un caso típico de esto que decimos ocurrió en 1904. La Asociación de la Prensa de Valencia organizó una corrida de toros encabezada por el matador Fernando Gómez Ortega “Gallito” (hermano menor de los también toreros Joselito y Rafael, los hijos de la célebre “señá” Gabriela) y completada por los novilleros Vito, Angelillo y Dauder. Se le encargó al maestro fundador de la Banda Municipal valenciana, Santiago Lope, un pasodoble dedicado a cada uno de ellos, que se estrenarían durante la corrida. Han pasado cerca de cien años y todavía se escuchan esas mágicas melodías, especialmente “Gallito”, que es casi un himno de la fiesta nacional. Aunque nadie, excepto los estudiosos, sepan quienes fueron los protagonistas de aquella tarde inolvidable.

Interminable sería la lista de toreros a quienes se ha dedicado un pasodoble. Entre los clásicos no podemos olvidar los muy conocidos y apreciados “Marcial, eres el más grande”, dedicado por José María Martín Domingo a Marcial Lalanda, “Manolete”, escrito por Orozco y Ramos en el homenaje al genial diestro cordobés, símbolo de la tragedia que acecha constante en la plaza, “Domingo Ortega”, “Chamaco gran torero”, “Manolo Martín Vazquez””, “Gitanillo de Triana”, “Jumillano eres el amo”, “Joselito Bienvenidad”, “Pedrín Moreno”, “Luis Miguel Dominguín”, “El Cordobés”, “Curro Romdro”, “Julio Aparicio”, “El Litri”, etc. Entre los posteriores destacan los pasodobles “Espartaco”, “Tomás Campuzano”, “Francisco Rivera Ordóñez”, “César Rincón”, “Pedrito de Portugal”, “Sol del Mediterráneo” (a Luis Francisco Esplá), “Casta torera” (dedicado al trágicamente desaparecido “El Yiyo” por la compositora Elvira Checa, autora entre otras piezas, de la conocida “La Puerta Grande”, “Jesulín de Ubrique”, etc.

No podemos olvidar aquí a “Paquirri”, cuya muerte, sentida como no la había sido ninguna desde la de Manolete, inspiró, no un pasodoble sino una marcha de procesión, la titulada “Lloran los clarines”, compuesta por el entonces director de la Banda del Regimiento Soria 9 de Sevilla. Abel Moreno, autor de tantas y tan populares melodías cofradieras.

Para terminar, pasemos revista a algunas canciones que fueron dedicadas al mundo del toro y de los toreros. Sólo podremos citar algunas piezas entre tantas que nacieron al calor de las ovaciones o con la tristeza de la cogida.

De los años 40 son las “Coplas de Pedro Romero” y las “Sevillanas del Espartero”. En las coplas se rinde un homenaje al creador de la escuela rondeña de tauromaquia (Pedro Romero Martínez 1754-1839):

¡Viva la madre

que te parió!

¡y viva Ronda!,

digo yo.

¡Ay Pedro Romero,

por tu culpa yo

me muero muero!

 

En las sevillanas se recuerda a aquel torero mítico que fue el Espartero (Manuel García Cuesta, 1865-1894):

Al hijo del Espartero

lo quieren meter a fraile

y la cuadrilla dice:

“Torero como su padre”

 

Suerte perdurable en la canción tuvo Reverte (Antonio Reverte Jiménez, cuya novia tenía un pañuelo bordado que empapó con su sangre cuando cayó mortalmente herido en la plaza de Bayona.

Caliente todavía el cuerpo de Manolete (Manuel Rodríguez Sánchez, 1917-1947), Juan Ignacio Luca de Tena compuso a su memoria un poema al que puso música el maestro Jacinto Guerrero:

En la plaza de Linares

cuando más brillaba el sol

un toro negro de Miura

frente a frente lo mató.

Mejor torero de España

el mundo te consagró.

¡Ay Manuel, Manuel Rodríguez,

de los toreros la flor.

 

Al mismo tema dedicaron Quintero, León y Quiroga un pasodoble que cantó de manera inimitable Juanita Reina, “Capote de grana y oro”:

Capote de grana y oro

alegre como una rosa

que te abrías ante el toro

igual que una mariposa.

capote de valentía

de su vergüenza torera,

que a su cuerpo te ceñías

lo mismo que una bandera.

Como reliquia y tesoro

te llevo en el alma mía

capote de grana y oro.

 

La voz inolvidable de Conchita Piquer, que tantas veces cantó a los toreros, no en vano fue esposa de uno de ellos y suegra de otro, expresó magistralmente la tragedia silenciosa del niño torero, huérfano, valiente y atrevido, que pretende llegar a la fama, pero al que un toro mata en la dehesa, sin más testigo que la luna. No nos cuenta un hecho real, pero encierra en sus versos muchas historias que han sido y son verdaderas, por desgracia. Es “Romance de valentía”, también de Quintero, León y Quiroga:

Allí quedó entre las fieras,

ninguno le vio caer,

nadie rezó tan siquiera

ni un parenuestro po él.

Por él ninguna serrana

lloró de luto vestía,

por el ninguna campana

dobló, amaneciendo el día.

Pero en cambio, entre azucenas

y entre velas enrizás,

en San Fil la Macarena

si que lloraba de pena

por la muerte del chaval.

 

Cuando el 16 de mayo de 1920 el toro “Bailaor” mató a Joselito (José Gómez Ortega) en la Plaza de Talavera de la Reina, una conmoción estremeció España. Moría uno de los símbolos de la alegría de vivir justo cuando empezaban los “felices años 20”. Los poetas y los músicos se hicieron portavoces de su recuerdo y lo inmortalizaron en coplas y versos. Pocos años después, su nombre era uno de los referentes de los toreros famosos muertos frente al toro. El protagonista del cuplé “El niño de las monjas”, que luego cantaría inimitablemente “La Niña de la Puebla”, cuando está expirando en la plaza manchada con su sangre, dice:

 

“Ya no seré torero.

Torero no seré.

Que muero como Granero,

y Varelito, y el gran José”.

 

Y los siempre recordados Quintero, León y Quiroga compusieron en los primeros años 60 para Juanita Reina el pasodoble “Silencio por un torero”, que pregonaba:

 

“Aquella tarde Sevilla

se puso toda amarilla

quebraíta de color.

Y sobre el aire caliente

su voz clamó de repente.

¡Ay qué pena y qué dolor!

Silencio en Andalucía, 

rezadle un avemaría

y quitadse los sombreros.

Silencio el patio y la fuente,

que está de cuerpo presente

el mejor de los toreros”

 

En cuyo estribillo aparecía el Guadalquivir tintado en sangre, Sevilla dando gritos de dolor y hasta la Virgen María suspirando por aquel torero admirado y querido, nacido en Gelves y muerto a traición en Talavera:

 

“Parece que está dormío,

Dios mío,

en su capote de brega.

Y por Gelves viene el río teñío

con sangre de los Ortega

Suspira bajo su velo

la Virgen de la Esperanza

 y arría en señal de duelo

banderas la Maestranza.

Y Sevilla, enloquecía,

 repetía a voz en grito

 repetía a voz en grito

¿Pa qué quiero mi alegría

si se ha muerto Joselito?”

 

 

Gerardo Diego, uno de los mejores poetas de la Generación del 27, escribió en su libro “La suerte o la muerte”, dedicado íntegramente al mundo taurino, dos poemas a Joselito. En uno de ellos, “Elegía a Joselito”, se pueden leer estos serventesios:

 

José, José, ¿por qué te abandonaste

roto, vencido, en medio a tu victoria?

¿Por qué en mármol aún tibio modelaste

tu muerte azul ceñida de tu gloria?

 

Cinta ya fugitiva, nada vive

de tus claros millares de faenas.

Y resbalan memorias en declive,

Igual que de las manos las arenas.

 

Y todo cesó, al fin, porque quisiste.

Te engañaste tú mismo; estoy seguro.

Bien lo decía en tu sonrisa triste

tu desdén hecho flor, tu desdén puro.

 

Otro torero cuya muerte en la plaza, en este caso la de Manzanares, llenó a España de luto fue Ignacio Sánchez Mejías, hombre culto y amigo de escritores y de intelectuales, que rompió el cliché popular de que el torero debía ser escasamente instruido, tal vez para poder enfrentarse a la muerte sin excesivas filosofías, inclinado siempre a las juergas, al vino y a la existencia un poco canalla. La muerte de Ignacio provocó no sólo la melancolía de su amante “La Argentinita” (Encarnación López Julves), extraordinaria cupletista, precursora de la llamada “canción española”, sino el nacimiento de una de las grandes obras poéticas de Federico García Lorca: “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”:

 

“No se cerraron sus ojos

cuando vio los cuernos cerca,

pero las madres terribles

levantaron la cabeza.

Y a través de las ganaderías

hubo un aire de voces secretas

que gritaban a toros celestes

mayorales de pálida niebla.

No hubo príncipe en Sevilla

que comparársele pueda,

 ni espada como su espada

ni corazón tan de veras.

Como un río de leones

su maravillosa fuerza,

Y como un torso de mármol

su dibujada prudencia.

Aire de Roma andaluza

le doraba la cabeza

donde su risa era un nardo

de sal y de inteligencia”.

 

Otros muchos poetas españoles han dedicado versos al toro y al torero: Manuel Machado (“La fiesta nacional”), José María Pemán (“Tarde de toros”), Rafael Alberti (“Chufliyas”), Rafael Duyos (“Letrillas para Antonio Bienvenida en la Plaza de Barcelona”), Federico Muelas (“Cogida y muerte de Pepete en la Plaza de Toros de Madrid”), Luís López Anglada (“Oda a los toreros de Andalucía”), Rafael Morales (“Poemas del toro”), Antonio Murciano (“Recuerdo de Juan Belmonte”), etc.

 

Y, para terminar, una espinela que culmina el largo poema del hoy casi olvidado Adriano del Valle dedicado a Manolete:

 

Brindis póstumo:

 

Cuando saliste a la plaza

como un sol en su apogeo,

siendo cumbre del toreo

lo eras también de tu raza.

Hoy la muerte te desplaza;

pero emplaza el hecho cierto

de tu recuerdo despierto,

que mantendrás en la lid

para ganar, como el Cid,

batallas después de muerto.

 

GONZALO PULIDO CASTILLO